¿Pagarías más para salvar el planeta?
Necesitamos motivar a las personas para que cambien sus comportamientos y así reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. Ponerle precio al carbono parece ser la herramienta más eficaz.
Si fuiste a un supermercado en Inglaterra antes de 2015, podrías haberte llevado tantas bolsas de plástico de un solo uso como hubieras querido gratis. De hecho, se entregaron más de 7,6 mil millones de bolsas de plástico en supermercados solo durante 2014, o sea, ¡140 bolsas por persona!
Armarios en la cocina repletos de bolsas de plástico. De media, cada núcleo familiar tenía, al menos, 40 bolsas tiradas por casa, muchas acababan tiradas por la calle y otras terminaban en vertederos o en nuestros ríos y océanos.
Nada bueno para el medio ambiente, pero, en los primeros dos años después de introducir el cobro de 5 peniques por bolsa en octubre de 2015, se retiraron de la circulación más de 13 mil millones de bolsas de plástico, una caída del 86 %. Tan solo la introducción de una pequeña tarifa significó una transformación masiva del comportamiento colectivo.
¿Funcionaría el mismo principio para las emisiones de dióxido de carbono (CO2)? Si la humanidad va a hacerle frente al cambio climático, debemos reducir significativamente la cantidad de CO2 que bombardeamos a la atmósfera. Ponerles precio a las emisiones de carbono podría ser un incentivo eficaz de muchas formas. ¿Contaminas? Pagas.
El año pasado el mundo emitió 31,5 gigatoneladas de dióxido de carbono equivalente (Gt CO2) según la Agencia Internacional de la Energía, lo cual fue ligeramente inferior al pico de 2018 de 33,5 Gt CO2, aunque se espera que se produzca un efecto rebote y vuelva a subir a 33 Gt de CO2 en 2021.
Con este prospecto de aumento en las emisiones, ¿qué podemos hacer para evitarlo?
«Ponerle precio al carbono es una de las formas más poderosas de influenciar comportamientos que reduzcan las emisiones. Ofrece a empresas y hogares un incentivo económico para elegir alternativas de productos, servicios y energía que contaminen menos que las utilizan actualmente», afirma John Scott, Director de Riesgo de Sostenibilidad de Zurich Insurance Group.
«La gente seguirá queriendo irse de vacaciones al extranjero o comprar alimentos exóticos traídos desde el otro lado del mundo, pero los proveedores tendrán que reducir o compensar las emisiones generadas por el vuelo o por la cadena de suministro e incorporarlo en el precio».
¿Cuánto cuesta el carbono?
Ponerles precio a las emisiones ayudará a que las cosas sean más transparentes, facilitando que la comprensión de los costos que tiene emitir estos gases y cambiando la forma en que se producen y consumen los bienes y servicios más contaminantes.
Esto podría significar que el precio de los alimentos importados del extranjero aumente en comparación con los alimentos de origen local. Todo lo que contenga un alto porcentaje de acero o cemento producido con altos niveles de emisiones, por ejemplo, podría aumentar de precio, al igual que el combustible, la calefacción y los vuelos, a menos que sean reemplazados o compensados por alternativas que emitan menos gases.
Con la combinación correcta de métodos de fijación de precios, como la eliminación de los subsidios del carbón, el control del comercio de carbón, tarifas de alimentación y cambios en los impuestos, el comportamiento del usuario se vería influenciado de manera positiva para reducir las emisiones, se comprarían más alimentos de comercio local y se priorizaría el tren, antes que el avión o el coche. Todo respaldado por incentivos a la industria para producir productos y servicios con menos o cero emisiones de gases de efecto invernadero.
Para no perder clientes, las empresas deberán responder a este anuncio claro de aumento de precio adoptando o invirtiendo en nuevas tecnologías que emitan menos CO2. Ponerles precio a las emisiones podría impulsar el tipo de innovación tecnológica masiva que necesitamos para afrontar el cambio climático.
«La moraleja que sacamos del cobro de las bolsas de plástico en el Reino Unido es que un empujón relativamente pequeño puede desencadenar un gran cambio en el comportamiento», dice Matt Holmes, Responsable del Grupo de Asuntos Políticos y Gubernamentales de Grupo Zurich. «Para que el precio del carbono tenga un impacto real, el empujón que necesitamos tendría que ser mucho mayor, no solo en escala, sino en alcance. Pero repartir equitativamente incentivos por toda la economía sería la manera más inteligente de asegurarnos de que podemos combinar prosperidad con sostenibilidad».
¿Qué opinarán los consumidores?
Esto puede sonar muy bien, hasta que llega la hora de pagar. ¿Serías capaz de coger tu cartera y pagar más por productos y servicios cuyas emisiones son mayores, o cambiarías a alternativas más sostenibles que ayuden a afrontar el cambio climático?
El problema es que la mayoría quiere un cambio, pero no quiere pagar por ello. En Suiza los votantes rechazaron recientemente una enmienda a la Ley de CO2 en junio de 2021 (por una votación del 51,6 % contra el 48,4 %) con medidas que incluían un impuesto al carbono que aumentaría las facturas de calefacción y un impuesto a los pasajes aéreos para usuarios frecuentes.
Una de las preocupaciones que despertó esta iniciativa es la percepción de que la responsabilidad de estos impuestos al carbono recaerá más sobre las personas con las rentas más bajas.
Lo cual se podría evitar tasando las alternativas de menor emisión de manera competitiva. Los gobiernos podrían apoyar esta iniciativa introduciendo políticas que motiven el uso de las alternativas de menor emisión, tales como ayudas que disminuyan el precio de transporte público, incentivar la compra de vehículos eléctricos o de energía renovable o suministros para el aislamiento de viviendas de manera gratuita para reducir el uso de la electricidad. Estas políticas podrían financiarse con los ingresos obtenidos de los impuestos a aquellos servicios más contaminantes.
Ponerle un precio eficaz al carbono también incentivaría la inversión en nueva infraestructura ecológica, como estaciones de carga de vehículos eléctricos o mejoras en el transporte público. Todo esto también podría beneficiar a la población como colectivo, financiando subsidios de calefacción para personas con rentas bajas o, como ocurre con dos tercios de los ingresos por impuestos al carbono en Suiza, realizar un reembolso a los consumidores a través de su seguro.
«Para salvar el planeta necesitamos motivar un comportamiento respetuoso con el medio ambiente», dice Holmes. «Ponerle precio a la emisión de gases es una forma clara de impulsar esos incentivos en toda la economía».
Una inversión a largo plazo
En última instancia, el precio del carbono ya sea una estrategia comercial, un gravamen o un impuesto, no debe considerarse otro gasto monetario más. Es una inversión de futuro.
«Si permitimos que estos gases continúen emitiéndose sin control, no habrá manera de detener el calentamiento global y las consecuencias del cambio climático en curso», dice Scott. «Esto provocará más olas de calor, sequías, subidas del nivel del mar, erosión costera e inundaciones. Los gastos económicos y sociales serán enormes. Hay que ponerle un precio eficaz al carbono para poder incentivar el cambio».
El cambio climático es una consecuencia de nuestras acciones y es el momento de que paguemos por ello. Si el simple cobro de 5 céntimos por bolsas de plástico de un solo uso puede eliminar toneladas de plástico del medio ambiente, imagina cómo se reflejaría la tasa del carbono en las emisiones.
¿Cuánto pagarías para salvar el planeta?